Sucedió en el carril-bici (IV)

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En el carril bici hay ladrones de bicicletas que no tienen nada de romántico. Cierto es que las roban por necesidad, pero igualmente cierto es que te hacen la puñeta de mala manera. Al que le toca y al que no, porque estoy convencido de que la bicicleta no termina de despegar por el miedo a los robos; también esto explica en parte el éxito del alquiler.

Yo tengo dos bicis, la estupendísima para el fin de semana y la chatarra para el diario; así he conseguido que nunca me roben, pero ya me gustaría poder ir a todas partes con la flamante, y lucirla un poco. A los ladrones se les reconoce por la variedad de vehículos de los que hacen gala, cada media hora uno diferente. Ves un tipo mal vestido con una bici carísima, demasiado grande para él, de la que parece que se va a caer, y sabes que la posesión de este bien mueble nunca equivaldrá a su título.

Llevan una mochila con los avíos del oficio, que ya me dirán para que sirven unas cizallas en Sevilla. Los ladrones de mi barrio están organizados, tienen un local al que traen sus robos; los vemos pasar y hacemos apuestas sobre cuánto tardarán en volver con otra.

La policía va de vez en cuando y recupera alguna, aunque a ellos nunca les pase nada. Dicen que lo suyo es un taller, que arreglan bicicletas para ganarse la vida; lo malo es que a todas les pasa lo mismo, que se les ha roto la cadena; la de atarla, no la otra. Siguen con el negocio, y mi barrio sin bicicletas.

Fuente: EL Correo de Andalucía / Miguel Rodríguez-Piñero Royo / Catedrático de Derecho del Trabajo

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